sábado, 5 de febrero de 2011

El Ladrón de Sueños


La noche, dura y fría, no desentonaba con el árido desierto en el que se encontraban ni con los rostros curtidos y carentes de expresión que los rodeaban.
«¿Y ahora qué?» le decía Rixon con la mirada. Pero Kail no lo sabía, por primera y única vez en su vida se había quedado sin ideas.
Y era extraño, eso de no tener ideas. Normalmente, su mente bullía de actividad; pero esa noche los hados lo habían abandonado.
Tragó saliva y miró los impávidos rostros de sus apresores, que en esos momentos colocaban unas esposas alrededor de las delicadas muñecas de Kanna, cuyos ojos azules lo contemplaban fijamente, con rencor.
Percibió la hostilidad que emanaban sus compañeros; no hacia los Especiales que los tenían rodeados, sino hacia él. Todos lo culpaban del desastre de aquella noche, y, para que mentir, llevaban razón al hacerlo.
Sumido en sus sombríos pensamientos, no se dio cuenta de que él también tenía unas esposas rodeando sus muñecas hasta que vio a uno de los Especiales sacar una jeringuilla.
Eso consiguió que reaccionara y se revolviera inútilmente entre las manazas que lo sujetaban. Pero ellos eran más fuertes, más letales y más inhumanos, y sin apenas esfuerzo le descubrieron el brazo derecho y le clavaron sin compasión la aguja en su carne.
El somnífero penetró en la sangre.


Se despertó con un fuerte dolor de cabeza y la sensación de haberse montado demasiadas veces en una montaña rusa.
Intentó incorporarse: mala idea. Un torrente subió por su estómago a su esófago, pasó por la garganta y fue expulsado por la boca. Kail se dobló sacudido por las arcadas, y el suelo se llenó de vómito.
Cuando por fin pudo parar se recostó de nuevo contra el suelo, agradeciendo su frialdad y respirando agitadamente.
Le dolía todo, y el vómito le había dejado un regusto amargo. Por lo menos, seguía vivo.
Lo que no dejaba de resultar inquietante.
Reuniendo toda su fuerza de voluntad se puso en pie y miró a su alrededor. Se encontraba en una especia de habitación de paredes metálicas, sin puertas ni ventanas, cuya pobre iluminación dependía de las gastadas lámparas del techo.
Se acercó a una de las paredes  y la palpó, en busca de una ranura que indicara que allí había una puerta. Las paredes eran lisas y frías al tacto, pero nada indicaba que hubiera una escapatoria.
Recorrió las cuatro paredes y el suelo. El techo estaba demasiado alto, y él se sentía demasiado cansado para intentar llegar hasta él.
Con un suspiro de resignación se dejó caer al piso y cerró los ojos. Ahora sólo le quedaba esperar


El tic-tac del reloj la ponía nerviosa. No dejaba de recordarle que se le acababa el tiempo.
Le había costado escaparse de la aburrida charla de política que daba su padre; que no cabía en sí de satisfacción por haber atrapado, tras años de infructuosos intentos, al Ladrón de Sueños.
A Sarah no le había importado nunca lo que ese tío hiciera o dejara de hacer, hasta dos semanas atrás. Y ya que le servían la oportunidad que estaba esperando en bandeja, no pensaba desaprovecharla.


El tiempo parecía no pasar en aquel lugar. El silencio y la monotonía comenzaban a desesperarlo. Pero entonces, literalmente surgida de la nada, una chica embutida en unos ajustados vaqueros y una camisa blanca se materializó en medio de la sala.
Kail se levantó de un salto y se colocó en una posición defensiva, contemplándola con cautela. Él se encontraba en una de las esquinas, y la chica no parecía muy fuerte. Podría reducirla en caso necesario.
Pero Sarah no tenía tiempo que perder, y sin más preámbulos se encaminó hacia él a la vez que empezaba a hablar:
—Tú debes de ser el Ladrón de Sueños —y sin esperar una confirmación por su parte, prosiguió—: Yo soy Sarah Devanoski, la hija del presidente —por la forma en la que frunció el ceño, supo que la había reconido—. Y vengo a proponerte un trato.
Se detuvo a un metro escaso de él, que la miraba con fijeza, con los ojos grises ensombrecidos.
—¿Qué tipo de trato? —inquirió, tras un momento de silencio.
—¿Tú puedes ver recuerdos en la mente de las personas aunque dicha gente haya olvidado esos recuerdos, verdad? —él asintió—. Mi trato consiste en que tú investigues mi mente y encuentres un recuerdo, a cambio, te liberaré.
El la observó largo rato, como calibrándola, antes de contestar:
—¿Cómo puedo saber que cumplirás tu promesa?
Sarah se encogió de hombros
—No puedes saberlo. Pero después de todo, es tú única oportunidad de salir de aquí.
Y Kail sabía que tenía razón.
—De acuerdo —accedió para alivio de la muchacha—, lo haré.
—Muy bien —dijo Sarah—: El recuerdo consiste en la muerte de mi madre. Yo estaba presente cuando murió, pero no logró evocarlo. ¿Puedes ayudarme?
—No son demasiadas pistas —murmuró el joven. Se había acercado unos pasos y ahora sólo los separaba medio metro. La miró con extrema seriedad—: ¿Prometes liberarme si encuentro el recuerdo?
Sarah asintió con pesadez, y Kail cogió aire y se acercó aún más a ella. Hasta quedar a veinte centímetros.
—Tranquila —susurró al notar su desconfianza—. Mírame a los ojos.
Las pupilas de Kail eran grises; de un gris oscuro que te hacía acordarte de una tormenta a punto de descargar. Y fascinantes, hasta el punto de resultar hipnóticas.
Y Sarah se dejó arrastrar por ellas.


La mente de Sarah era clara y diáfana; amplia y esmeradamente ordenada.
Sin embargo, Kail no se entretuvo admirándola. Debía dirigirse hacia su subconsciente, dónde se encontraban los recuerdos olvidados.
Como buen Ladrón de Sueños, Kail había estado en muchas y diferentes mentes, pero ninguna le había resultado tan difícil de recorrer como la de la joven.
Se resistía, luchaba contra el intruso, y amenazaba con conseguir expulsarlo.
Se deslizó como una serpiente por la mente de Sarah, echando un vistazo fugaz a cada recuerdo que encontraba por si era el que buscaba.
Hasta que llegó.


Volver a la realidad fue como despertar de un extraño sueño, y al principio le costó ubicarse.
Estaba embotada, pero el semblante pálido de Kail y las gotas de sudor que resbalaban por su frente la despejaron del todo.
—¿Qué pasa? ¿Qué has visto? —le increpó ansiosa, con voz aguda.
—No —gimió él con los ojos perdidos—. Debe de haber un error.
—¿Qué es? ¿Qué ha pasado?
Kail clavó sus ojos en ella, pero pareció no verla.
—Si te lo digo no me dejarás salir —la voz le salió estrangulada.
—Sí lo haré. Dímelo —imploró.
—Tu madre fue asesinada.
Sarah tragó saliva.
—¿Quién la mató? —apenas le salió un hilo de voz.
El silencio que siguió tras su pregunta fue el más angustioso de toda su vida. Pero, finalmente, Kail habló:
—Yo —dijo.


Bueno... esto es una historia que escribí hace tiempo y, para que engañarnos, es bastante cutre. De todas formas, gracias a todos los que os moléstais en leer y dejar comentarios: Alicia, María y Pepito (aunque Pepito ya no pase mucho por aquí). Y también al resto de seguidores.
¡GRACIAS! :D

4 comentarios:

  1. ¡Bravo Au!
    Tu "LADRÓN DE SUEÑOS" es genial. Ahora necesito que continúes la historia. ¿Le perdona la vida, cumpliendo con su promesa? O por el contrario le...
    ENHOABUENA!!!!!
    MJ

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  2. ¡Hola! Gracias por tu comentario MJ :) y me alegro de que te guste la historia (a mí no me acaba de convencer xP), pero no voy a hacer una continuación (ésta vez seguro que no). Lo siento :S
    ¡Un beso!
    Au

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  3. De cutre nada. Es una historia preciosa.
    Gracias por escribirlas
    María

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  4. Jaja, gracias a ti por tus comenterios =)

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